Hoy por una determinada situación he tenido que hacer la
procesión a la Virgen de María Auxiliadora por mi barrio.
Me he sentido inútil, me he sentido estúpido, me he sentido
parte de una masa borreguil, cegada, desnortada.
Creo fielmente que la estatua de yeso a la que tantísima
gente adoraba debe de haberse sentido querida, aplastando bajo su peso a 6
personas, que caminaban dobladas al no aguantar más.
La dinámica de la procesión era una mujer diciendo las
primeras palabras de El padre nuestro o del Dios te salve María y una marabunta
de gente repitiéndolo mecánicamente a compás.
Juro que he sentido que algo fallaba, de verdad, eran todo
ancianos, apenas habría tres jóvenes, y lamentablemente yo, y eso me hace
pensar en personas sin un completo uso de razón, personas cuyo cerebro ha sido
machacado desde su nacimiento para considerar realmente como algo sincero el
orar a una figura de una mujer y su hijo.
Me he sentido insultado cuando afirmaban que Dios debía
perdonarnos por nuestros pecados, me he sentido despojado de esperanza cuando
han repetido que vivimos en un valle de lágrimas, no por mi vida ni la de nadie
(que muy lejos están de ser un valle de lágrimas) sino por la racionalidad, el
pensamiento, la consciencia.
Ha habido un momento en que un señor ha sacado unas 10 fotos
desde el mismo ángulo a la estatua de la Virgen, y eso me ha hecho pensar que
el rostro no cambiará, tan solo el fondo. Me parece la mejor de las metáforas
que vienen a cuento; la religión solo tiene una cara, la Virgen solo es un
personaje del que se afirman cosas imposibles, contra natura, sin embargo es el fondo, el trasfondo, el cambiante,
y el que nos hace creer que otra realidad es posible. Sobre un lienzo en blanco
como son los hechos objetivos han pintado en atrayentes colores los milagros,
la salvación, la redención de los pecados.
Ya no sé si la religión es para gente débil que necesita
apoyarse en un ente que destroza todo esquema, quizá tan solo sea un
desgraciado, por no alcanzar a vislumbrar la fe, no sé nada, pero pongamos las
cosas en su sitio, estáis amando a una figura de yeso, estáis repitiendo como
máquinas salmodias que perdieron su significado hace casi dos siglos, estáis
diciendo amar a Dios y su perfección y no hay nada que coincida con lo que
conocemos de la existencia.
No es necesario hablar de la señora que se puso en medio,
sacó la foto y se piró.
Tampoco de la tómbola que hubo al final del acto.
Tampoco de la reinante hipocresía de las perras que visten
piel de zorro.
Tampoco de la afirmación: “a partir de la bendición de aquel
cura se han sucedido centenares de milagros”.
Supongo que no merece siquiera la pena hablar porque no
tengo un solo argumento en contra de la religión que sea irrebatible si te
apoyas en la fe, pero hoy he visto el espectáculo desde fuera, y creo que la
Iglesia debe darse cuenta de la farsa que ha montado.