martes, 24 de mayo de 2016

Adoración al yeso

Hoy por una determinada situación he tenido que hacer la procesión a la Virgen de María Auxiliadora por mi barrio.
Me he sentido inútil, me he sentido estúpido, me he sentido parte de una masa borreguil, cegada, desnortada.
Creo fielmente que la estatua de yeso a la que tantísima gente adoraba debe de haberse sentido querida, aplastando bajo su peso a 6 personas, que caminaban dobladas al no aguantar más.


La dinámica de la procesión era una mujer diciendo las primeras palabras de El padre nuestro o del Dios te salve María y una marabunta de gente repitiéndolo mecánicamente a compás.

Juro que he sentido que algo fallaba, de verdad, eran todo ancianos, apenas habría tres jóvenes, y lamentablemente yo, y eso me hace pensar en personas sin un completo uso de razón, personas cuyo cerebro ha sido machacado desde su nacimiento para considerar realmente como algo sincero el orar a una figura de una mujer y su hijo.
Me he sentido insultado cuando afirmaban que Dios debía perdonarnos por nuestros pecados, me he sentido despojado de esperanza cuando han repetido que vivimos en un valle de lágrimas, no por mi vida ni la de nadie (que muy lejos están de ser un valle de lágrimas) sino por la racionalidad, el pensamiento, la consciencia.

Ha habido un momento en que un señor ha sacado unas 10 fotos desde el mismo ángulo a la estatua de la Virgen, y eso me ha hecho pensar que el rostro no cambiará, tan solo el fondo. Me parece la mejor de las metáforas que vienen a cuento; la religión solo tiene una cara, la Virgen solo es un personaje del que se afirman cosas imposibles, contra natura, sin embargo es el fondo, el trasfondo, el cambiante, y el que nos hace creer que otra realidad es posible. Sobre un lienzo en blanco como son los hechos objetivos han pintado en atrayentes colores los milagros, la salvación, la redención de los pecados.

Ya no sé si la religión es para gente débil que necesita apoyarse en un ente que destroza todo esquema, quizá tan solo sea un desgraciado, por no alcanzar a vislumbrar la fe, no sé nada, pero pongamos las cosas en su sitio, estáis amando a una figura de yeso, estáis repitiendo como máquinas salmodias que perdieron su significado hace casi dos siglos, estáis diciendo amar a Dios y su perfección y no hay nada que coincida con lo que conocemos de la existencia.


No es necesario hablar de la señora que se puso en medio, sacó la foto y se piró.
Tampoco de la tómbola que hubo al final del acto.
Tampoco de la reinante hipocresía de las perras que visten piel de zorro.
Tampoco de la afirmación: “a partir de la bendición de aquel cura se han sucedido centenares de milagros”.


Supongo que no merece siquiera la pena hablar porque no tengo un solo argumento en contra de la religión que sea irrebatible si te apoyas en la fe, pero hoy he visto el espectáculo desde fuera, y creo que la Iglesia debe darse cuenta de la farsa que ha montado.