No
sé para qué vengo aquí si no tengo nada que contaros, sobre todo si ese plural
es infundado pues quizá no existe siquiera el singular.
Sin
embargo si de la nada puede surgir algo, de algo con lo que cuento e invento no
sale nada.
Nada
más tengo que decir, aunque me obligo a persistir, fiel creyente de encontrarla
algún día, pues cuando creía que nada pasaría todo pasó, en forma de sueño,
ensueño y volátil fantasía, espontánea imaginación que desata la sinrazón.
Dudaría
en hablar de poesía, y si esto es prosa y no otra cosa, dime por qué las
palabras riman con rebeldía.
De
nada estoy hablando, pero eso no quita para que lo sienta todo, todo te cuento
y de todo opino, ¿el indiferente? Un imbécil supino.
Total,
ya he dicho toda la nada que tenía que decir; y me atrevo a asegurar la
veracidad de la generación espontánea por cada momento en que sin comerlo ni
beberlo mi mirada se tornó confusa y atontada por los ojos de una gata y la ya
manida cascada de su pelo, no supe verlo y aun así lo hice, negándolo con mi
vida por miedo a perderlo todo, perdón, nada.
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